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domingo, 28 de julio de 2013

Again. -Fic inspirada en Los Juegos del Hambre.

¡Hola! Hacía mucho que no subía nada, pero hoy traigo mi segunda fic, esta vez sobre Los Juegos del Hambre. No voy a decir nada de ella, solo que lean y saquen sus propias conclusiones. Es una trilogía increíble, nunca me voy a cansar de recomendarla. Espero que les guste. Si me dejan un comentario con su opinión se los agradecería mucho, o en mi twitter: @imagineaspark. Gracias por leer :3
Quiero dedicarle esta fic a mi amiga Bea, que está siempre que la necesito. Te adoro amiga <3

Su trenza se deslizó por su hombro cuando la joven se inclinó para contemplar su reflejo en el agua. El pequeño charco le devolvió su imagen mientras se acomodaba los mechones de pelo oscuro que se le habían salido de lugar. La mañana era fría y se colaba hasta los huesos. Los arboles pintaban el lugar con sus hojas de tonos amarillos, naranjas y marrones: el otoño hacía presencia notablemente.
 La muchacha siempre había amado ese lugar desde que era pequeña. De algún modo, la hacía sentir llena de vida. En esta época del año, se la pasaba recogiendo manzanas cada vez que podía. Se llevaba un cesto y podía pasarse horas juntando todo lo que el bosque le proporcionaba.
La joven se levantó y continuó su marcha por el lugar mientras que de su mochila (que había confeccionado ella misma y, aunque era de una tela muy fina, resistía bastante) sacó unos guantes para ir hacia los arbustos y no lastimarse. Fue de seto en seto, de árbol en árbol, guardando bayas, manzanas y diferentes frutos, hasta que llegó a la saliente rocosa que daba al valle. El paisaje que se alzaba ante ella era un espectáculo de colores. Decidió que era un buen momento para descansar y guardó los guantes, se sentó y sacó una manzana del cesto. La lavó con un poco de agua que llevaba en su cantimplora y comenzó a quitarle la cáscara…

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
Y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.

La muchacha se sobresaltó. Sin darse cuenta, había comenzado a entonar una canción que había oído desde que tenía consciencia, pero que no había cantado desde que tenía al menos ocho años. Hizo una mueca al tratar de recordar la siguiente estrofa, pero su mente había quedado en blanco. Con frustración, siguió con su manzana, pero un canturreo la hizo estremecerse y mirar hacia los árboles, de donde provenía el sonido. Un grupo de pájaros estaban situados sobre ella. Eran de color negro y sus alas tenían algo de blanco en su interior.
Pero lo más importante era que estaban entonando su canción.
La joven disfrutó cada nota. Era algo único e increíble y nunca en su vida había visto –u oído- algo semejante. Cuando los pájaros terminaron, luego de un rato de repetir y modificar la canción, al ver que no había más sonido, se alejaron del lugar saltando de rama en rama. La muchacha guardó la manzana, y se fue detrás de ellos, sin perder tiempo. Ella volvió a cantar lo poco que recordaba de la canción y los pájaros se detuvieron para repetirla una vez mas.  La joven quedó asombrada de nuevo. ¿Cómo era eso posible? ¿Por qué podían hacerlo?  ¿Cómo era que…?

Y entonces ella los recordó. Los Sinsajos.

Su tío, las veces que los visitaba, antes de dormir o los días de invierno cuando estaban frente al fuego, siempre tenía algo para contar. A pesar de que tenía quince años, ella nunca se consideraba lo suficientemente mayor para ignorar las historias de él, que estaban llenas de conocimientos. Una vez, éste les había relatado la historia de los Sinsajos, una mezcla entre Charlajos y Sinsontes. Pero ese era otro cuento. Este tipo de ave, podía imitar cualquier sonido en diferentes tonos. Si les cantabas o silbabas, eran capaces de recordar hasta la última palabra o nota y luego entonar su hermosa melodía. Pero su tío creía en que se habían extinguido hacía mucho y la muchacha había perdido toda esperanza de ver alguno. Al parecer no era así.
La joven continuó siguiendo a los pájaros, olvidando por completo donde estaba. No le importaba tampoco;  lo único que quería era no perder de vista a los que probablemente eran uno de los últimos grupos de Sinsajos que vería en su vida.

Continuó siguiéndolos por horas, pasando por todo tipo de lugares nuevos y de vez en cuando entonando alguna que otra canción que se le venía a la mente. También se detenía a dibujarlos mientras cantaba a la vez. En un momento, ella no vio un tronco que se interponía en el camino, tropezó con él y cayó. La muchacha hizo una mueca de dolor. Se incorporó y, levantándose cuidadosamente su pantalón, observó su pierna y se veía magullada; solo esperaba no tener nada fuera de lugar. Maldijo por lo bajo al ver que los pájaros se habían alejado. Se levantó y reprimió un grito de dolor. Le dolía más de lo que esperaba. De mala gana, estuvo a punto de volver sobre sus pasos –si es que podía acordarse como volver– pero lo que observó la hizo quedarse helada en el lugar.
Frente a ella, se extendía un precioso lago de agua cristalina. Cerca de su orilla, se alzaba una vieja casa hecha de hormigón que desafiaba con venirse abajo en cualquier instante. Había cuatro huecos cuadrados, de los que allí probablemente habrían estado situadas las ventanas. La joven vaciló, pero sus pies respondieron antes ignorando el dolor de su pierna derecha y se acercó. Cuando estuvo a una distancia prudente, miró a través de una de las aberturas. Lo único que se distinguía entre el polvo y los escombros era una chimenea también de hormigón. Luego se volvió para contemplar el lago una vez más. La casa le daba un toque espeluznante a la escena, sobre todo porque allí reinaba el silencio, pero era increíble de todas formas.
La muchacha asomó su cabeza por el umbral de donde habría estado la puerta. Quería saber que había exactamente allí dentro. Si encontraría algo. La curiosidad volvió a ganarle y estuvo a punto de pisar el interior cuando oyó una voz a sus espaldas.
          –Eso es peligroso.
La joven retrocedió de un salto mientras hacía una mueca. Al darse la vuelta, un chico de cabellos oscuros se acercó a ella. Se detuvo a una distancia prudente y se la quedó mirando con los brazos cruzados. No debía tener más de dieciséis años.
          –¿Quién eres? –Preguntó el muchacho entornando los ojos.
          –¿Te importa? –Respondió la chica. Aquella situación no le gustaba en absoluto. Quería correr e internarse en el bosque pero se limitó a sostenerle la mirada mientras se cruzaba de brazos también.
         –Quiero saber porque estabas por cometer esa estupidez.
        –¿Cuál estupidez? Solo estaba observándola, es todo –Ella no tenía porque darle explicación alguna. Comenzó a caminar para irse, reprimiendo todo gesto de dolor pero él le cerró el paso y la miró directamente a los ojos.
          –Si entras ahí alguna vez, quedarás bajo escombros en menos de un minuto. –El joven estaba tan cerca que podía sentir su aliento. La muchacha se sonrojó, no por la cercanía, si no porque quizás él estaba en lo cierto. Ahora que lo veía de cerca, pudo observar que sus ojos eran de color marrón claro. Retrocedió un paso.
         –Nunca te he visto por estos lugares.
         –No soy de aquí. Mi padre me trae cada vez que puede para enseñarme los bosques, y siempre que vengo…el muchacho desvió la mirada hacia los árboles e inspiró aire No quiero irme.
          –Lo sé.–Respondió ella– Es increíble murmuró, mirando al suelo.
El chico sonrió.
          –Bien, extraña. ¿Estás perdida o algo? –Al ver que la muchacha no respondía, añadió- ¿Quieres que te cargue? Creo que tu pierna necesita algo de atención.
La joven lo miró y apretó los puños. Supuso que no era muy buena reprimiendo emociones.
          –No, gracias. Estoy bien.
          –No tienes porque hacerte la fuerte. –Respondió el chico dando un paso hacia ella. –Solo trato de saber que haces aquí y ayudarte.
         –No me hago la fuerte, lo soy. Tampoco tengo cinco años. Y el porqué estoy acá no es de tu incumbencia La muchacha dio media vuelta y comenzó a alejarse pero el joven la tomó por el brazo, sin hacerle daño pero lo suficiente para hacerla dar vuelta y mirarlo a los ojos.
          –Se que estas perdida, te he estado observando. Dime de donde vienes y puedo orientarte. Se como hacerlo.
La muchacha cerró los ojos y suspiró. Él tenía razón. Era su única forma de volver, ya que no tenía idea de donde estaba. Miró una vez más el lugar y pensó que podría volver alguna vez. El joven la soltó.
          –Está bien. Pero si intentas algo estúpido, tu cara no lo va a pasar nada bien. Mi pierna estará dolorida pero mis manos no lo están. ¿Entendido?
Una media sonrisa se formó en la cara del chico.
         –Andando, extraña. Tendré tu amenaza en cuenta.
La muchacha le describió lo mejor posible por donde había venido y trató de recordar cada paso que daban, así sabría como volver sin perderse otra vez. Cada vez que ella tropezaba por culpa de su pierna y él la ayudaba a levantarse y caminar, se sentía idiota. Estaba confiando en un completo desconocido, pero era la única opción que tenía. Aunque… confiaba en él. No sabía exactamente porque, pero lo hacía. Y el chico también, ya que le contaba sobre su vida como si se conociesen desde siempre. En todo el trayecto, solo se detuvieron a descansar una vez y ella le había compartido una de sus preciadas manzanas.
Llegados a un punto, la joven supo exactamente donde se encontraban.
          –Gracias por ayudarme. Desde aquí puedo seguir sola.
          –No hay de que, después de todo no tuviste que aplicar tu amenaza –La chica le dio un golpe suave en el hombro mientras reía–¿Segura de que puedes ir sola?– El chico miró la pierna de la joven, levantando las cejas.
        –Segura. Mi casa está cerca y probablemente estén bastante preocupados.–Respondió. No la pasaría nada bien al ver que había vuelto tan tardeY más si llego con un extrañoAñadió.
El chico sonrió. La muchacha se dio vuelta y estuvo a punto de irse, cuando él apoyó una mano sobre su hombro.
         –No me has dicho tu nombre. 
La joven se dio vuelta mientras él extendía su mano. Ella la miró con vacilación. Él la había ayudado y a pesar de que era arrogante por momentos, reconoció que era buena persona. Y, por alguna extraña razón, le tenía confianza. Más de la que debería. 
Finalmente, estrechó su mano.
          –Susie Mellark.
El joven le dedicó una media sonrisa.
     –Alex Hawthorne.